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Yishai Jusidman sobre FOBNYTR (Fear of a Bad New York Times Review)…de Roberta Smith

Yishai Jusidman

Publicado el 27 noviembre 2021
Ilustración de Pablo Helguera

El Blues de Roberta

 

Hace unos días me llegaron unos nuevos Artoons de Pablo Helguera, ocurrentes y agudos como de costumbre. Entre estas viñetas venía un bosquejo de fobias que podrían perturbar seriamente a artistas contemporáneos, una de las cuales es tan aterradora que le hizo temblar la mano al propio dibujante mientras ordenaba sus siglas, y acabó por deletrear FOBNTYR cuando intentaba denotar Fear Of a Bad New York Times Review (Miedo A una Mala Reseña en el New York Times). El personaje de la caricatura, con ojos saltones, boquiabierto y pelo erizado al abrir el periódico, me transportó de vuelta al 28 de febrero del 2013: Aquella mañana Roberta Smith hizo papilla mi exposición en la Americas Society. Cabría añadir que la reseña le propició al agraviado también palpitaciones, mareo y náusea, seguidos por la sensación de que te recortan el suelo y te engulle el vacío junto con todo y el techo.

Restringida apenas por la extensión de su nota —366 palabras— la crítica le dio rienda suelta a su desprecio, mofándose de las pinturas de mi serie Azul de Prusia por ser “explícitamente políticas … obvias, emocionalmente manipuladoras … generadas sin necesidad personal … libres imitaciones de otros artistas… explotadoras… [potenciadas por] verborrea… faltas de originalidad [de nuevo]… carentes de un esfuerzo artístico genuino.” En tanto pinturas que lidian con el Holocausto, las descalificó en base a una sola atribución estética: Para ella fueron “pintadas en una manera relajada, realista”, como si yo fuese una especie de Bob Ross coloreando simpáticas cámaras de gas nazis.[1]

Me llevó un día más escribirle a la propia Roberta Smith para aclararle todo lo que no entendió en mi obra.

Tal vez la rabia que me produjo el artículo pudo haberse contrarrestado con desapego estoico, pero los artistas somos demasiado susceptibles— fruto de nuestra profunda sensibilidad, o bien de la mezcla de vanidad con ansiedad por la estima pública. Como sea, en cuanto apenas recuperé mi compostura le envié una carta denunciando la caprichosa arbitrariedad de la crítica al editor del NYT. Me llevó un día más escribirle a la propia Roberta Smith para aclararle todo lo que no entendió en mi obra. Incluso consideré esa misma semana pagar por la publicación de mi carta en las páginas del periódico, desistiendo únicamente al darme cuenta que ello requeriría el desembolso de una pequeña fortuna. El entablar una demanda por difamación podría haber sido opción a sopesar en otros lugares, pero no en un país donde las libertades promulgadas incluyen la de difamar con impunidad. Las noches de los meses siguientes, sin lograr pegar ojo, las pasé hilvanando extendidos refinamientos a mis réplicas imaginarias a Roberta Smith.

Me había ocurrido algo terrible, así lo constataban las condolencias de amigos y colegas: Un atentado mediático que por lo visto acabaría con mi pedestre (pero, en mi opinión, hasta entonces todavía prometedora) carrera artística. La ascendencia eminente y majestuosa del NYT eclipsó de inmediato un par de críticas positivas publicadas en otros medios. A partir de ahí, la impugnación de mi obra como mercancía defectuosa en el llamado paper of record sería divulgada con presionar una tecla para todo coleccionista, galerista o curador que googlée mi nombre. Además, si bien la condescendencia crítica de la veterana escritora era ya de por sí célebre, la furia particular que le ocasionó mi obra resultaba memorable. Viene al caso un encuentro curioso: Cuando fuimos presentados años más tarde, el propio Luc Tuymans asintió con una levísima sonrisa: “Oh, sí, ya veo… ¡tu eres de quien trataba esa reseña del Times!”

No es ningún secreto que mi serie Azul de Prusia se pensó en parte como respuesta a las pinturas de Tuymans sobre el Holocausto, a su vez relajadas, aunque no del todo realistas. Pero no abordaré aquí la afrenta de Roberta Smith importunando al lector con las minucias de lo que permite a una obra de arte ser genuina y no una impostura. A ese respecto, no faltará quien perciba como verborrea hasta el argumento más sensato, al igual que el artista visionario de uno podrá ser un fraude para otro. Ahora bien, permítanme sí aludir al alegato de que la serie Azul de Prusia fue “pintada de una manera relajada, realista.” La descripción de la crítica resulta por lo menos extraña porque, de buenas a primeras, no hay nada «relajado» en la «manera» de estas pinturas. Todo espectador puede apreciar la labor y el tiempo incorporados en la producción de estas obras, la atención meticulosa a su entramado formal y material, las docenas de capas y cientos de ajustes acumulados en cada imagen.

Dicho esto, es una lástima que Roberta Smith siga brindándole una mala imagen a las reseñas negativas.

¿Acaso Roberta Smith habría sido menos displicente con mis pinturas si fuesen realizadas con la pincelada nerviosa o exagerada de un artista deseoso de mostrarse «angustiado»? Sea como fuere, para una crítica de arte debió haber sido obvio que esas artimañas trilladas se evitaron deliberadamente en las pinturas de Azul de Prusia, y no por la indolencia del artista. Entonces, ¿por qué diablos eligió describir la obra como «relajada»? Uno podría especular: Quizá su visión se ha deteriorado y le impidió discernir lo que estaba justo frente a ella[2]; quizá resultó ser insensible a las calidades estéticas de las pinturas[3]; quizá «relajada» fue un desliz involuntario de teclado; o quizá simplemente se despertó esa mañana sintiéndose más ladina y mendaz de lo habitual.

El menosprecio que satura su escrito también era desconcertante. Parecía ser tan desproporcionado como superfluo en la medida en que nadie sacaría ventaja alguna por demoler la muestra de un artista poco conocido en una galería escasamente visitada. Cuauhtémoc Medina puede haber resuelto este acertijo con una nota perspicaz en su ensayo para el catálogo consiguiente de la serie: “La reacción de Smith ante la factura de la obra… tiene un tono demasiado virulento como para no hacer evidente el enojo de la crítica neoyorquina, demasiado intenso y personal como para descalificar una obra por convencional y estándar.” [4]

Es cierto que desde un principio estas pinturas fueron hechas con la intención de detonar reacciones intensas y hasta viscerales. ¿Pero cómo hubiera yo podido imaginar lo que Medina plantea— que a la crítica de arte co-ejecutiva del NYT le provocarían un colapso de juicio? Si en verdad se desató un caos en su cabeza, y éste se desparramó a su texto, los tonos azules de las pinturas jugaron un papel sicocromático en esa debacle, pudiendo  incluso canalizar el adjetivo “relajada” como una proyección ilusoria ó sublimadora. Esto tal vez suena inverosímil, y sin embargo da razón de la errática elección de términos por parte de Roberta Smith en su reseña. En fin, asumiré el bochorno de dejarme llevar con cierta gentileza por lo que probablemente no es más que un escrito ladino y mendaz.

Sin duda mi J’accuse…! se remite a una partícula infinitesimal añadida hace años al recipiente cósmico de la injusticia universal. Pido entonces una disculpa por distraer con mis desventuras al lector, que seguro tendrá asuntos más relevantes por atender (por ejemplo, cualquier otro asunto). Dicho esto, es una lástima que Roberta Smith siga brindándole una mala imagen a las reseñas negativas. Pues no faltan tareas relevantes para la crítica de arte negativa, cuando es sobria e inteligente, en nuestro mundo del arte contemporáneo. Urge resistir las modas y la fanfarronería, derribar ídolos falsos, desenmascarar el fraude artístico.[5] El punzón sardónico es herramienta integral del género, claro. Pero es la argumentación articulada, pertinente y persuasiva, lo que cimienta todo esfuerzo genuino por producir crítica de arte negativa de buena calidad. En sus mejores instancias dicha crítica es portadora de lucidez y sabiduría, lo cual nunca está de sobra.

A quienes pudieran preocupase de que sigo algo encabronado después de tanto tiempo, me complace informar que mi insomnio fue superado cuando dejé el vicio de leer revistas de arte contemporáneo y prestar atención a columnas de arte. Además, la serie Azul de Prusia evolucionó y creció después de su presentación en la Americas Society, y el conjunto completo fue presentado eventualmente por MUAC en la Ciudad de México. Para mi deleite, la muestra ha viajado a varias instituciones. Me considero afortunado de haber sobrevivido al abuso de Roberta Smith, aunque todavía me pregunto si mi trabajo, libre de sus atenciones, podría haber tenido un alcance aun mayor.

Vaya… seguro que otros ya lo notaron— mi FOHBFORS[6] recurrente me está jugando una mala pasada de nuevo.

(Nota a uno mismo: Respira profundo. Exhala. Relájate.)

 

 

[1] La reseña completa está aquí. También se encuentra en mi sitio web, junto con algunas imágenes de la exposición.

[2] Debido a, por ejemplo: presbicia, miopía, cataratas, degeneración macular o simplemente anteojos empañados o sin gradación suficiente.

[3] Podría relacionarse con algún síndrome similar al Asperger, pero marcado por una incapacidad para empatizar con ciertas manifestaciones estéticas.

[4] Cuauhtémoc Medina, Atrocidad y pigmento, en Azul de Prusia (Ciudad de México/Barcelona, Editorial RM, 2016) p. 101.

[5] Para empezar, dichas tareas incluyen el hacer frente al mundo del arte por su involucramiento en el preponderante desborde de capital excedente, por su implacable ánimo en la histeria de las guerras culturales, y por su insolente auto-indulgencia en ambos, ¡simultáneamente!

[6] Fear Of Having Been Fucked Over by Roberta Smith (Miedo De Haber Sido Jodido por Roberta Smith).

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