Graciela Speranza
ARTONTRIAL
Publicado el 6 agosto 2024
Comencé a interesarme por el arte y la escritura desde niña.
Aunque en mi casa no había grandes bibliotecas, o quizás por eso, la lectura es uno de los recuerdos más nítidos de mi infancia. Es más: a los once o doce años escribí el primer capítulo de una novela (recuerdo perfectamente las hojas sueltas de carpeta, anudadas con cinta de gross), que seguramente era una copia ingenua de Mujercitas. Porque, claro, después de leer Mujercitas, quería ser escritora como Jo. Y creo que el gusto por el arte lo despertó una colección de fascículos que durante meses llegó puntualmente a casa, una vez por semana junto con el diario, Grandes maestros de la pintura. El encuentro con muchos de los originales durante mi primer viaje a Europa a los quince años fue una verdadera conmoción.
Mi primer libro publicado fue…
Un libro de conversaciones con quince grandes narradoras y narradores argentinos, Primer persona, que reunía las entrevistas que hice durante varios años para una sección que Tomás Eloy Martínez ideó para el suplemento cultural del diario Página 12, “The Buenos Aires Review”, en homenaje a las célebres entrevistas del The Paris Review. Incluía breves autobiografías que cada uno escribió para el libro y extraordinarios retratos de Alejandra López. La publicación se demoró bastante y fue una gran alegría ver finalmente el libro, testigo material de encuentros inolvidables con escritores admirados. Más tarde tuve la suerte de entrevistar a Susan Sontag, John Berger, George Steiner… y conversar largamente con Guillermo Kuitca para un libro sobre su obra. La entrevista pasó a ser una forma conversada del ensayo.
Nunca me he arrepentido de alguna crítica que he publicado
Casi siempre escribo sobre obras o libros que me deslumbran, me inquietan, me perturban, o me disparan preguntas, artistas y escritores con los con que contraigo una deuda de gratitud que la crítica viene a saldar y, por lo tanto, nunca me arrepiento. Susan Sontag decía que Barthes había renegado de los papeles vulgares de constructor de sistemas, de autoridad, de mentor, para reservarse el ejercicio del gusto, que implica naturalmente el elogio. Me gusta esa definición de la crítica. Pero debo decir que las únicas dos críticas duras que escribí (con argumentos más amplios que, en cada caso, me parecieron oportunos) fueron quizás las más leídas y celebradas. La paradoja no hizo mella en mi natural inclinación a razonar y compartir el entusiasmo, que es siempre para mí el primer motor de la crítica.
Estamos en un momento de transición en el arte
Efectivamente, el arte se ha abierto al diálogo con otras disciplinas y otros lenguajes, y, auspiciosamente, se ha vuelto más sensible a las amenazas que ensombrecen el futuro del hombre y el planeta. La pluralidad que caracterizó al arte de las últimas décadas (la falta de paradigmas se convirtió en el nuevo paradigma) se extendió con un diálogo más activo con otras formas de vida, más inserto en la trama social. El arte más desafiante de hoy intenta correr al hombre y al artista del centro de la escena. Y sobre todo, frente a tanto negacionismo, dar a ver lo que no se ve.
No visité la última Documenta…
Pero he leído bastante y sé que la dirección siempre audaz de la muestra ha abierto precisamente ese debate. Frente a las urgencias del mundo contemporáneo, bienvenido un arte abierto a la creación comunitaria antes que al coleccionismo de objetos, y bienvenido un arte más atento a la realidad del Sur global. Ese principio que guía a los curadores indonesios, el lumbung, la plusvalía distribuida en un grupo o en la comunidad, puede ser un punto de partida para una discusión más amplia sobre el lugar del arte en un mundo descalabrado y sobre las aberraciones del mercado. Pero no hay mundo descalabrado que pueda limitar la libertad creativa del artista y sin duda seguirá habiendo artistas capaces de renovar la pintura abstracta, si vamos al otro extremo del arco. En Lo que no vemos, cito un ensayo de Leo Steimberg que, hacia el final, habla del arte como una bendición, un alimento en el desierto, una definición que sesenta años más tarde me sigue pareciendo muy oportuna: “Recójanlo cada día, cada cual en la medida que lo necesite, y no lo acumulen como si se tratara de un valor asegurado o una inversión para el futuro; hagan más bien de la recolección diaria un acto de fe.”
Además de “Lo que no vemos, lo que el arte ve”, son varios los libros sobre arte contemporáneo que comienzan con Goya.
No diría que el arte contemporáneo empieza con Goya, pero la modernidad y la oscuridad elocuente de muchas de sus obras, sobre todo las pinturas negras, no deja de asombrarnos. Extendiendo la definición de Italo Calvino sobre los clásicos literarios, diría más bien que las obras de Goya nunca terminan de decir lo que tienen que decir. El arte contemporáneo, no tengo ninguna duda, empieza con Marcel Duchamp.
¿Dónde está hoy lo que antes se calificaba como “lo sublime”?
Ese asombro teñido de inquietud que caracterizó al sentimiento de lo sublime ya no nace frente a la potencia y la majestad de la naturaleza que conmovía a los románticos. El sublime contemporáneo lleva la marca del hombre. Basta recordar el sublime suburbano de Tony Smith en una carretera recién construida sin señalizar de New Jersey, en medio de la oscuridad de la noche. Y es que las preguntas frente a la naturaleza son otras en el siglo XXI. ¿Seguirán existiendo las cataratas y los glaciares que solían asombrarnos? ¿Hasta cuándo? Y enseguida: ¿de quién es la responsabilidad de conservarlos? Lo que hoy más asombra, atemoriza y perturba son los efectos de la intervención del hombre en esos paisajes naturales deslumbrantes. Pienso en una serie de fotografías del norteamericano Trevor Paglen, Untitled (Drones), con maravillosos cielos de atardeceres coloridos que parecen Rothkos, en los que hay un punto minúsculo apenas visible, un Reaper Drone, arma mortal de los ataques militares norteamericanos.
Mucha música me emociona.
Muchísima. Cuatro elecciones muy variadas que pueden resumir el arco: todo Chico Buarque, Pop pop de Rickie Lee-Jones, casi todo Keith Jarrett, Nico Muhly.
Y las películas también.
De las más recientes, Diarios de Otsoga de Miguel Gomes, un director portugués que me ha regalado grandes momentos de felicidad desde su primera película.
He hablado del crítico como “motor de búsqueda”
El panorama del arte y la literatura se ha vuelto extraordinariamente variado y se ha multiplicado en el nuevo infinito del mundo virtual. Y la sobrecarga, la aceleración y el frenesí de la web no colaboran demasiado a orientarse en el campo no amojonado del arte actual. Cierto que el crítico perdió en gran medida su poder de mediación, pero sigue siendo un explorador calificado, un cartógrafo de mareas, un rastreador de nuevas formas, dispositivos y prácticas. Una de las tareas ineludibles del crítico sigue siendo la descripción precisa, la caracterización de singularidades formales y estéticas, acompañada de una argumentación crítica que ilumine la eficacia formal y estética de la obra: qué es lo que hace ese autor o ese artista que no hace ningún otro. Y también detectar algo particularmente resistente que le da seguramente su valor: su modo de extrañar el mundo para que podamos volver a mirarlo, su misterio, que en una gran obra es también el misterio de la forma. Si la crítica no ejerce ese rol, estaremos librados al azar del mercado, los algoritmos, las redes de influencia y el campeonato de la autopromoción. De modo que coincido con los lemas de Art on Trial: “Critica sin algoritmos”, “Crítica a fuego lento”, dando a cada obra el tiempo y la atención crítica que merece.
Un museo en el que me perdería.
Es el Museo Metropolitano de Nueva York me pierdo literalmente pero con gusto. Siempre vuelvo y siempre hay algún gran descubrimiento inesperado.
Un artista sobrevalorado.
Habría que empezar por no confundir valor y precio. Los precios de las obras de Jeff Koons son un verdadero disparate, pero después de la gran retrospectiva del Museo Whitney de 2014, dejé atrás los prejuicios que genera esa confusión, y no tuve dudas sobre su valor.
Y uno infravalorado es.
El argentino Fabio Kacero.
Algo que no soporto del mundo del arte.
Son las cifras obscenas de millones de dólares.
Mi relación con el arte está “definitivamente inacabada”.
Definitivamente. Larga vida a Marcel Duchamp.